Si algo nos ha enseñado este 2020 es a dar importancia a las personas que cuidan de nosotros día a día, no solo en nuestros círculos de amigos y familiares sino a los que se dedican profesionalmente a ello: Las personas que trabajan para acompañarnos en los momentos más fáciles, pero sobre todo en los más tristes.
De una forma u otra, todos hemos cambiado a raíz de esta pandemia en la que todavía estamos inmersos y también han cambiado nuestras percepciones. Ocho de cada diez españoles valora de forma distinta a ciertos profesionales después del confinamiento, según el estudio Resetting Normal: redefiniendo la nueva era del trabajo. Después de salir a las ventanas día tras día a aplaudir su labor, no resulta sorprendente que el sector sanitario sea el mejor valorado en España. Un 79% de los encuestados afirma que desde que comenzó la crisis percibe a estos profesionales de una forma más positiva. Algo que no debería sorprendernos. Lo que sí sorprende, y para bien, es la percepción sobre los sacerdotes tras el impacto del coronavirus. De no salir reflejado en ninguna encuesta, este «gremio» ha sido valorado de forma muy positiva por los españoles. Y existe algo más que esa puesta en valor: El estudio refleja también un cierto «sentimiento de orgullo». El mismo Papa Francisco, en una misiva enviada a los sacerdotes de Roma en el mes de mayo, explicaba cómo el distanciamiento social no impidió fortalecer el sentido «de pertenencia, de comunión y de misión», algo que ayudó a garantizar «que la caridad, especialmente con las personas y comunidades más desfavorecidas, no fuera puesta en cuarentena».
No en vano, más de un centenar de sacerdotes han fallecido en España como consecuencia directa de la covid-19, es decir, por estar en primera línea de batalla contra la pandemia, acompañando en los hospitales, cuidando a las familias, visitando a los enfermos o repartiendo comida en las colas del hambre de las puertas de las parroquias, puertas que pese a cualquier confinamiento, nunca han cerrado. Junto a su entrega, los diocesanos aplaudieron la donación de parte de su sueldo de muchos sacerdotes y obispos, que «arrimaron el hombro» en un momento de necesidad extrema, y que previsiblemente volveremos a vivir a partir de enero, cuando finalicen los ERTEs.
Con este panorama y respondiendo al titular del reportaje: No. No nos imaginamos una pandemia sin sacerdotes. Sin ese acompañamiento físico y espiritual, sin esa mano de los capellanes agarrando la del enfermo que se moría en la soledad de un hospital, sin esa visita a las familias que habían perdido a un ser querido y a quien no habían podido ni despedir, sin esa creatividad pastoral que nos permitió «ir a misa» a diario a través de las pantallas, por su generosidad y entrega… necesitamos sacerdotes. Y necesitamos más sacerdotes.
En el inicio de esta pandemia, que ahora nos parece tan lejana, estaba prevista la campaña del seminario, el 19 de marzo, apenas cinco días después de decretarse el estado de alarma. La Comisión Episcopal para el Clero y los Seminarios decidió posponer la celebración al día 8 de diciembre. Este traslado nos permitió dirigir la mirada a nuestros seminarios, donde también se sufrió el golpe de la covid. Los seminaristas sintieron en sus carnes el desconcierto y muchos padecieron esta enfermedad en mayor o menor grado. En este contexto, el lema de este año para la jornada, cobra todavía más sentido. Los «pastores misioneros» están llamados, ahora más que nunca, a ser los enviados a echar las redes en medio de una situación de crisis donde la confianza en los sacerdotes ha aumentado y el interés por lo espiritual en el mundo se ha puesto de manifiesto en mitad de la incertidumbre.
El sacerdote no puede irse a un ERTE
En el Teologado de Ávila en Salamanca, además de los abulenses, se forman seminaristas de otras seis diócesis vecinas: Segovia, Ciudad Rodrigo, Zamora, Salamanca, Plasencia y Palencia. Una auténtica experiencia de enriquecimiento mutuo y de comunión eclesial al servicio de la formación sacerdotal. «Ante la incertidumbre de los primeros días, la suspensión de las clases presenciales en la UPSA y la diversidad de sus procedencias, se decidió a mediados de marzo que los seminaristas marcharan a sus respectivas diócesis para el confinamiento, pasándolo algunos con sus familias y otros con algún sacerdote, dependiendo de su situación personal». Así lo explica Gaspar Hernández, rector del seminario, que como muchos otros tuvieron que «tirar de creatividad» para que el proceso formativo no se detuviera, «aunque en lugar y modo diversos del habitual dentro de la comunidad». Cada casa se convirtió en un «improvisado» seminario. «Era el tiempo de cuidar el “ser”, pues un seminarista o sacerdote no pueden irse al ERTE. La oración fue el vínculo de unión, y el teléfono y las redes, plataforma del acompañamiento personal y de la formación comunitaria», explica el rector.
Por iniciativa de los propios seminaristas «se ofreció la posibilidad de rezar juntos las vísperas por Instragram (el de ECCLESIA), así como la Eucaristía diaria presidida por un formador, abierta a cuantos quisieran conectarse; garantizamos la frecuencia de las entrevistas personales online; un retiro por mes, enviando previamente la meditación escrita, encuentros formativos por etapas y de toda la comunidad, o introducción espiritual al Triduo Pascual». Una fórmula que usaron en otros seminarios para paliar esa «angustia inicial» que convirtieron «esos dramáticos meses no como un tiempo “perdido” sino verdaderamente “ganado” para madurar en otros aspectos de la formación integral». Hernández asegura que «pese a estar confinados por fuera no estábamos confinados por dentro». Y es que el confinamiento ha servido para cultivar un aspecto central indicado en el Plan de Formación: El seminarista es el primer y principal responsable de su proceso formativo y, por ende, sujeto activo del discernimiento. «A este respecto, la experiencia vivida les ha ayudado a conocerse mejor; a verificar hasta qué punto la formación recibida dentro del seminario va haciéndose carne en ellos fuera de él, ensayando en cierto modo la futura vida sacerdotal; a confrontarse con el propio corazón, afrontando la situaciones límites e imprevistas de la existencia, dejándose afectar por el sufrimiento de tantas víctimas de la pandemia y valorando lo esencial cuando a veces falta, como la celebración de la Eucaristía y de la Penitencia o la vida en comunidad».
La coincidencia del confinamiento con los tiempos litúrgicos de Cuaresma y Pascua fue también ocasión providencial para releer la propia vocación. «La situación eclesial y social a la luz de la Palabra de Dios y desde la dinámica pascual de Jesús —morir a sí mismo para dar Vida—, con la que todo presbítero ha de configurarse de forma especial». Según el rector, «muchos se preguntaron a qué conversión concreta, personal y pastoral les llamaba el Señor en su camino formativo para ser mañana los pastores que Él quiere hoy para la Iglesia y el mundo. Este tiempo permitió además percibir mejor la necesidad del acompañamiento personal con los formadores y echar de menos el acompañamiento comunitario, medios fundamentales de todo discernimiento».
Un sacerdote también depende de los demás
La pandemia también ha afectado a los procesos de discernimiento vocacional inicial, dificultando un seguimiento más cercano, incisivo y comunitario. Sin embargo, la covid nos ha hecho más conscientes de la propia fragilidad y de la dependencia de los otros. Una ocasión nueva para plantearse la pregunta vocacional, el sentido de la vida, la apertura y necesidad de Dios, el modo concreto de servirle en los demás y colaborar en la sanación de este mundo herido. Los multiformes rostros de la pobreza que está dejando la pandemia interpelan y lo hacen a través de las parroquias donde día a día acuden miles de personas a recibir alimento. Desde el seminario de San Antón, de la archidiócesis de Mérida-Badajoz dan «mucha importancia» dentro del Plan de Formación de los seminaristas, «al contacto con sus parroquias de origen, y especialmente con sus párrocos». Así nos lo ha explicado el rector José Ignacio López-Navarrete Garrido, que asegura que la parroquia de origen o de referencia, contribuye a sostener y nutrir, «de modo significativo», la vocación de los llamados al sacerdocio, tanto en el periodo de formación inicial como después durante toda la vida del presbítero. «En la situación de confinamiento que hemos vivido en este año, este aspecto fue protagonista en esos meses difíciles. Los seminaristas estuvieron con sus familias y acompañaron a sus párrocos en la celebración de la Eucaristía para que no la celebrasen solos. Ha sido una experiencia muy enriquecedora». De esta forma, «se ha hecho más latente, el papel tan importante del sacerdote de la parroquia de origen, siendo un formador más en los tiempos de vacaciones y descanso, o en este caso durante la cuarentena obligatoria». Para una parroquia «es una grandeza y un regalo» contar con un seminarista. De hecho, el 26 de octubre, el seminario acogió, de los tres previstos para este curso, el primer encuentro de seminaristas con los sacerdotes de sus parroquias de origen. «Pidieron por todos los sacerdotes, por cada uno de los seminaristas y por el aumento de vocaciones para nuestro seminario, para la vida consagrada y misionera». Además, subraya López-Navarrete, «estas reuniones entre los párrocos, destacando la importancia que tiene la parroquia, es un testimonio de gran valor para el discernimiento vocacional de los seminaristas». La parroquia de origen contribuye «a sostener y nutrir», de modo «significativo», la vocación de los llamados al sacerdocio, tanto en el periodo de formación inicial como después durante toda la vida del presbítero.
Este año atípico, la diócesis de Guadix también ha puesto en marcha el proyecto de «Seminario en familia». Es decir, el acompañamiento que tiene su fundamento en la vida creyente familiar. «Cuando una familia vive la fe en su seno, resulta el mejor centro de educación que el muchacho puede tener», explica José Francisco Serrano, rector del seminario. «La presencia de los padres en el proceso de formación de los candidatos al sacerdocio es algo fundamental para el desarrollo equilibrado en la vocación del candidato al orden sacerdotal».
Echar las redes en las «redes»
Durante el confinamiento «dependimos» del mundo digital. Vigilias, rosarios virtuales, las celebraciones de la Semana Santa… Seguimos al Papa también a través de la pantalla. El mundo 2.0 es un lugar que hay habitar. Pero, ¿de qué modo? Tal y como subraya Fernando Arregui, rector del seminario metropolitano de San Valero y San Braulio de Zaragoza, el mundo digital se ha convertido en un espacio «que requiere nuestra presencia cualificada». De esta forma, en la formación de los seminaristas parece claro que «no podemos estar al margen de una realidad emergente que aglutina a tantas y tan variadas personas». Por tanto, «es muy necesaria» en las redes sociales la presencia de jóvenes creyentes, «y también la de jóvenes vocacionados que intentan responder a Dios desde el sacerdocio». Es normal que «lo desconocido» nos dé miedo, sin embargo, explica el rector, «es una oportunidad de hacer presencia, para poder anunciar y testimoniar una forma de vida diferente». De la misma forma, en la Iglesia «tendríamos que reinventar nuevas maneras de estar en lo digital», no solo compartiendo oraciones, eucaristías, encuentros… «esto es insuficiente, tendríamos que dar un paso más; se trata de ser capaces de acompañar personalmente a personas que lo puedan demandar, esto significa invertir mucho tiempo, pero me consta que en algunas diócesis lo están haciendo…, y con buenos resultados».
El mundo de lo digital es otro espacio donde cualquier cristiano, y también el seminarista, tiene que hacer un discernimiento personal referente al dónde estar y de qué manera estar.
Igualmente que en el seminario, como es el caso del de Zaragoza, aglutina a una comunidad joven, de diócesis muy distintas (Zaragoza, Teruel, Barbastro, y Tarazona y en el menor se añade Huesca), la realidad «es una oportunidad, más que una dificultad». La convivencia de seminaristas así como su presencia en el mundo digital, conociendo lo que demandan sus coetáneos «ayuda a tener una visión más íntegra y global de lo que es la Iglesia». El seminario es una comunidad joven, «viva», en la que se convive y se expresa «alegremente la experiencia de la fe y la llamada compartiendo vida y la propia vocación al sacerdocio». Arregui también insiste en que en la Iglesia «hay que dar el salto de la actividad vocacional, que tantas veces hemos realizado, a la cultura vocacional. Hoy la sociedad y la Iglesia adolece de esta carencia y nos encontramos con la ausencia, en gran medida, de personas verdaderamente vocacionadas en su profesión. Esta crisis vocacional también afecta gravemente a las diferentes vocaciones consagradas en la Iglesia».
El rector está «convencido» de que «cerca de nosotros hay personas a los que Dios llama para hacer grandes proyectos» y somos también nosotros quienes podemos animarlos a responder «con determinación y generosidad a la llamada que Dios les hace».
Todos somos misioneros: Respondiendo cada uno a la llamada que Dios nos hace; potenciando esta cultura vocacional en la sociedad y en la Iglesia; anunciando sin miedo y sin complejos a Jesucristo con palabras, pero sobre todo con signos y con nuestra vida; viviendo con alegría y sencillez la autenticidad de la fe. Dios nos pide que le prestemos nuestros labios, nuestras manos, nuestros ojos para seguir amando en el mundo. En la respuesta que damos a Dios, unida a la respuesta generosa de servicio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, ponemos en juego el sentido profundo de nuestra propia vida, de la felicidad.
Especial para el ADVIENTO
Liturgia del Domingo:
Feria de la Semana
Itinerario de Evangelización 2020
VALOR DEL AÑO:
Un pueblo discípulo misionero, que tiene una experiencia personal y comunitaria con Cristo, Palabra encarnada”
LEMA DEL AÑO:
“Con Jesús, Palabra encarnada, nuestra vida será transformada”
DICIEMBRE:
Lema: “Y posrándose, le adoraron” (Mt 2,11)
Valor: ENCUENTRO
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