La acción de dar siempre supondrá, para quien la realiza, salir de sí mismo y entrar en relación con el que recibe, independiente de quién sea. De ahí lo que nos recomienda el viejo refrán: “haz el bien sin mirar a quién”.  Al mismo tiempo, salir al encuentro del otro, implica valores tales como: amor, generosidad, solidaridad, compasión, altruismo. Todos ellos han de brotar espontáneamente de un corazón en el que se ha sabido cultivar el bien a “imagen y semejanza de Dios”.

Lamentablemente en la experiencia humana no siempre aflora el gesto de dar o compartir. Hay quienes, a ejemplo del joven rico que nos presenta el Evangelio (Mt 19, 16-22), se cierran de forma mezquina a la posibilidad de desprenderse de lo que poseen en favor de los demás. Prefieren distanciarse con temor y tristeza ante la idea de perder su “riqueza”, ignorando que pierden la gran oportunidad de conseguir en su vida aquello que les acerca a la autorrealización.

Dicha postura, en gran medida, tiene que ver con la actitud de considerar los bienes materiales como una exclusiva forma de riqueza humana, y siempre que se entienda de ese modo se nublará la visión amplia del tesoro espiritual que llevamos internamente en “vasijas de barro”, dado por la Gracia y la Misericordia divinas.

Visto de otro modo, dar, conlleva darse, donarse junto a lo que se entrega, y es ahí en donde radica la fuente y razón gozosa de toda renuncia libre y voluntaria, que encuentra en el prójimo el sentido y objeto del verdadero amor. Tal práctica eleva el espíritu y produce un profundo sentimiento de alegría de cara al bien realizado con amor y libertad en favor del necesitado.

Es tanta la importancia que reviste este tema en la vida del creyente que la misma Palabra exhorta a experimentar mayor gozo en dar que en recibir (Hch 20,35). El apóstol Pablo nos anima a ser generosos y no tacaños; además nos recuerda que Dios ama y bendice al que da con corazón alegre. Que lo dado debe ser conforme al propósito interior que brota del corazón, de buena gana, no por obligación (2Cor 9, 6-11). Jesús mismo resalta el gesto desprendido y generoso de la viuda que dio, no de lo que le sobraba, sino de lo que necesitaba para vivir (Mc 12, 41-44).

Queridos hermanos y hermanas, a la luz de la Palabra, quiero invitarles que a pesar de las dificultades y estrecheces por las que podamos estar pasando en este tiempo, no cerremos nuestras vidas y corazones a la generosidad. A que reconozcamos en medio de las precariedades el gran valor que somos como personas y la gran riqueza que llevamos en nuestro interior: nuestros talentos, capacidades, dones y carismas; nuestra creatividad, motivación y optimismo. Todo ello pongámoslo al servicio de los demás y no caigamos en la tentación de pensar que no tenemos para dar. Es mucho lo que podemos compartir, hagamos como el apóstol Pedro en la puerta Hermosa frente al tullido (Hch 3,6). Aunque no tengamos plata ni oro, compartamos lo que sí tenemos: fe, esperanza, caridad, alegría, entusiasmo, paciencia, tolerancia, testimonio cristiano etc. Compartamos una sonrisa con el que está cerca, una llamada o mensaje de aliento con el que está lejos, oremos los unos por los otros y confiemos que, con Dios delante, saldremos victoriosos. ¡Amén!

En Jesús y María: P. Cairo.

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