Hoy viernes fijamos nuestra atención en la punzante pregunta que Jesús hace a los fariseos: ¿Es lícito curar en sábado, o no? (Lc 14,3), y en la significativa anotación que hace san Lucas: Pero ellos se callaron (Lc 14,4).

 

Son muchos los episodios evangélicos en los que el Señor echa en cara a los fariseos su hipocresía. Es notable el empeño de Dios en dejarnos claro hasta qué punto le desagrada ese pecado la falsa apariencia, el engaño vanidoso, que se sitúa en las antípodas de aquel elogio de Cristo a Natanael: Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño (Jn 1,47). Dios ama la sencillez de corazón, la ingenuidad de espíritu y, por el contrario, rechaza enérgicamente el enmarañamiento, la mirada turbia, el ánimo doble, la hipocresía.

 

Lo significativo de la pregunta del Señor y de la respuesta silenciosa de los fariseos es la mala conciencia que éstos, en el fondo, tenían. Delante yacía un enfermo que buscaba ser curado por Jesús. (BJV).

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